El espacio era gigante, casi no se vislumbraba el final, y el hermoso canto de las aves que allí volaban, era una dulce melodía para los oídos, y una canción de cuna para los árboles, y uno que otro gato asentado en el lugar.
Todo estaba solo, lo único que había, eran seis arcos de fútbol, dos banderines color rojo, igualmente, dos pupitres de aluminio, una gradería y tres bancos de madera, el cual, en uno de ellos estaba yo, sentado observando el hermoso prado que decoraba la cancha de mi universidad.
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